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Ministerio Hispano: Un llamado a la acción
From
ENS@ecunet.org
Date
Wed, 23 May 2001 15:46:37 -0400 (EDT)
2001-131s
Ministerio Hispano: Un llamado a la acción
Atlanta, 16 de abril del 2001, Lunes de Pascua.
Nosotros, un grupo de obispos, comprometidos con la misión de la Iglesia de
forma particular entre el pueblo hispano de los Estados Unidos, reunidos en
Atlanta el Lunes de Pascua del año 2001, al día siguiente de la Pascua de
Resurrección, nos sentimos obligados a hacer la siguiente declaración:
Dos recientes eventos nos han impulsado a dar este paso: el Censo 2000, y la
última Convención General celebrada en Colorado. El Censo 2000, que reveló un
tremendo incremento en la población de minorías étnicas, ha tomado a muchas
personas por sorpresa. Sus datos han estimulado reflexiones y titulares en
periódicos y revistas de todo el país. Un editorial afirmaba: "La demografía de
los Estados Unidos está cambiando, y nosotros debemos cambiar con ella."
Específicamente, el crecimiento de la población hispana ha sido la mayor noticia.
Este grupo étnico ha crecido en casi todos los estados, y en algunos lugares
hasta 300 o 400 por ciento, alcanzando una población oficial total en torno a los
35 millones de personas. La proyección censal es que para el año 2050 habrá en
este país unos 80 millones de personas de origen hispano.
En la Convención General, la Iglesia fue llamada de forma urgente a duplicar
su membresía para el año 2020. Es tal vez una coincidencia providencial que en la
Convención de 1979 celebrada en Denver, la Iglesia fuese también convocada a
iniciar, de forma mas estratégica, un ministerio hispano.
Desde entonces, este ministerio ha crecido en la mayoría de las diócesis,
pero no estamos satisfechos. No lo estamos porque no ha crecido con el mismo
ímpetu que la población hispana. Más aún, podríamos decir que en los años ochenta
el ministerio estuvo durmiente, y que sólo en los noventa varios obispos y
algunos rectores han despertado a esta realidad misionera. De hecho, ¿cómo
podríamos permanecer inconscientes ante la presencia hispana, y mantenernos
pasivos sin dar respuesta a esta oportunidad misionera que Dios nos ha dado?
Sería una vergüenza si lo hiciésemos.
En el pasado, las olas de inmigrantes provenientes de Europa fueron
asimiladas, tarde o temprano, especialmente en términos de lenguaje. La
inmigración hispana es diferente por muchas razones. Algunos hispanos han estado
en el territorio de esta nación durante siglos, manteniendo una cultura sólida y
conservando sus tradiciones frente al flujo de nuevas olas de inmigrantes. La
proximidad de los inmigrantes con sus países de origen les mantiene en relación
constante con sus lugares de nacimiento.
Los medios de comunicación mantienen a muchos hogares, día y noche, en un
ambiente hispano. Y aún así, esto no significa que segundas y terceras
generaciones de hispanos no tengan sentimientos patrióticos hacia este país.
Después de todo, muchos de ellos sirven en nuestras Fuerzas Armadas y participan
activamente en la vida de sus comunidades y de la nación.
No podemos ignorar más la presencia del pueblo hispano entre nosotros. En
tanto que Iglesia llamada a cumplir la Gran Comisión (Mateo 28: 19-20) no podemos
excusarnos con pretextos sobre el idioma, o evitar involucrarnos en esta misión y
ministerio. Cuando la iglesia primitiva comenzó a difundir el Evangelio de
Nuestro Señor, se enfrentó a circunstancias similares y, aún así, pudo abarcar a
todo el Imperio Romano.
Creemos que hay algunos factores que determinan la peculiaridad de este
ministerio: el idioma, la cultura, la inmigración masiva y la pobreza.
Idioma. Es imperativo para los hispanos aprender inglés, pero es también
nuestra obligación predicar el Evangelio a la primera generación de inmigrantes
en su propio idioma. El mundo de los negocios ha entendido la evidencia de esta
realidad y está llenando rápidamente el vacío que existía. ¿Cuándo va a despertar
la Iglesia y hacer frente a la urgencia de este desafío?
Cultura. Cada persona se siente cómoda dentro de su propia cultura. Esto es
evidente. La cultura moldea nuestra personalidad. Sólo una persona con un
carácter bien definido y una educación intelectual, puede ser capaz de superar la
ansiedad que se vive en un ambiente extraño.
Inmigración masiva. Como mencionábamos más arriba, la presencia de la
inmigración hispana es evidente en casi cualquier lugar, y las proyecciones de
población a futuro son impactantes. Necesitamos trabajar en el presente, y
planificar para el futuro.
Pobreza. Con frecuencia se percibe a la Iglesia Episcopal en los Estados
Unidos como la iglesia de los ricos. Tradicionalmente hemos ayudado a los pobres
a través de agencias de acción social, pero en contadas ocasiones hemos hecho un
esfuerzo por incluirlos dentro de nuestra membresía. Ahora, con grandes masas de
pobres que llaman a las puertas de nuestras iglesias, no sabemos qué hacer con
ellos.
Aún así, uno de los hallazgos teológicos más interesantes de los últimos
cincuenta años ha sido el encuentro con los pobres y los oprimidos. La
Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunida en Puebla, México, en 1979,
declaró "la necesidad de conversión por parte de la iglesia hacia una opción
preferencial por los pobres, una opción orientada hacia su liberación integral."
Esa declaración ha sido ampliamente aceptada por la mayoría de las denominaciones
cristianas como expresión de un compromiso sincero con los desamparados. Los
episcopales seríamos ciegos si no viésemos la predilección que Dios ha mostrado
por los pobres.
Tal es el mensaje no solo de los profetas, sino de la Ley, que insiste en
los derechos de las viudas, de los huérfanos y del extranjero. Jesús durante su
vida manifestó una clara predilección por los pobres y declaró que había venido a
proclamar "la buena nueva a los pobres" (Lucas 4:18-19).
Si la Iglesia Episcopal quiere mantenerse fiel a las Escrituras no puede
ignorar la presencia de los pobres en su seno.
Creemos que este es un bendito y providencial momento para nuestra Iglesia.
Si renovamos nuestro compromiso con el Ministerio Hispano, nuestra Iglesia
florecerá y nos ayudará a cumplir con el llamado de la Convención General.
Urgimos al Obispo Primado a convocar a una Conferencia Nacional Misionera sobre
el Ministerio Hispano tan pronto como sea posible, y a nombrar a un comité
representativo con recursos suficientes para planificar, organizar y preparar tal
evento.
Para superar ciertos obstáculos recomendamos lo siguiente:
Actitud misionera. Desdichadamente muchas de nuestras parroquias han
desarrollado a través de los años una especie de "cultura de mantenimiento."
Estas congregaciones de cristianos devotos descansan en sus tradiciones y
costumbres que se remontan a varios años. Se sienten contentos en su ambiente y
con sus logros. Por regla general, no afrontan grandes dificultades económicas y
algunas viven del dinero depositado en sus propias fundaciones.
Desafortunadamente, estos buenos episcopales no piensan ni siquiera en la
posibilidad de expandir el Reino de Dios con sangre nueva, con caras nuevas
distintas de las que ya conocen. Necesitamos adoptar una actitud misionera.
Este espíritu misionero nos llevará a constatar la urgente necesidad de
formar líderes hispanos a todos los niveles y de compartir con ellos nuestra rica
tradición anglicana en cuestiones de teología, liturgia, espíritu democrático y
libertad de pensamiento.
Actitud acogedora. Nos gustaría pensar que el racismo no existe en nuestra
Iglesia. Sin embargo, en 1994 la Cámara de los Obispos emitió una Carta Pastoral
llamada El Pecado del Racismo, en la que reconocía que si bien existían diversas
resoluciones que invitaban a todas las personas a unirse a la Iglesia Episcopal,
esto se hacía en la presunción de que se les asimilaría al sistema. El mensaje,
en esencia, ha sido que "usted es bienvenido a ser como nosotros. Tales esfuerzos
podrían haber constituido un avance en su momento, pero hoy en día son vistos
como producto de una actitud de dominación racial, algo que se encuentra en el
corazón del racismo institucional."
La Iglesia Episcopal debe dar la bienvenida a los hispanos, tal y como nos
la dio en el pasado en nuestros países de origen. Debe ponerse más énfasis en la
formación de vocaciones para el ministerio ordenado y para proveer a nuevos
episcopales con literatura adecuada para su formación y nutrición.
Compromiso. Nos congratulamos de que el Ministerio Hispano siga siendo un
imperativo misionero en algunas diócesis, y nos sentimos agradecidos con aquellos
obispos que han llevado a cabo una labor destacada apoyándolo moral, financiera y
pastoralmente. Creemos que, como obispos, tenemos una fuerza moral sobre nuestro
pueblo y clero. Si urgimos fuertemente a las parroquias a echar a andar y a
apoyar este ministerio, muchos otros nos seguirán.
Esperanza. Quienes como nosotros amamos a la Iglesia Episcopal creemos
que aún hay esperanza. Y hay esperanza no solo para la misión hispana sino
para que la Iglesia Episcopal crezca y florezca. Todo lo que se necesita es un
cambio en mentalidad. Debemos abandonar nuestro estatus quo para convertirnos
en una fuerza dinámica alentada por la pasión del Evangelio. En otras palabras,
debemos convertirnos en una Iglesia en estado de misión, o sea, en una Iglesia
misionera.
Que mediante el Espíritu Santo seamos de nuevo una verdadera Iglesia
universal que, como su Señor, recibía con los brazos abiertos a toda suerte y
condición de personas para gloria de Dios. Oremos para que el Senor nos conceda
"un nuevo cielo y una nueva tierra" en nuestra firme determinación de conocer a Cristo,
y de lograr que otros le conozcan.
Sus Obispos y amigos: Leo Alard, Texas; Onell Soto, Alabama; Wilfrido Ramos-Orench,
Connecticut; Víctor Scantlebury, Chicago; William J. Skilton, Carolina del Sur; John Said,
Sureste de la Florida.
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